En los mediodías de agosto y lejos de casa, los niños
desnudos se zambullían, entre griteríos de júbilo, en
el estanque luminoso.
En el vacío estanque el agua se ha vuelto memoria o magua.
Los niños ya no lo son y se marcharon por los caminos.
No hay rumos de su estancia, y la humedad que se aferró
a los muros es como un eco lejano, imperceptible.
La inútil escalera no lleva a parte alguna. Si acaso
a la hondura desértica del olvido -es lo que trama el
deseo- al soleado reino de un día fue su volumen, su
milagro. |