Antes de la invasión del bloque gris, del hormigón ciclópeo, del
corrugado acero, ¿quién llevó el peso de las edificaciones? ¿con
qué se protegió del frío de la noche y el sol del mediodía el
hombre, la mujer de las islas?
Debemos muchas cosas al amarillo canto de la tierra y a la mano
artesana que lo hizo.
Con él, callosas manos levantaron casas, muros de plazas
públicas, escuelas, establos y bancales, cementerios, iglesias y
terreros para la noble lucha, asientos a la puerta del hogar, donde
hablar de la vida y de la muerte.
Aquí y allá, roídos y dispersos, testimoniando el tiempo que se
fue, aún descubrimos cómo esos cantos cantan...
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